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Los humanos no creen en Svetlanas [Mijail]

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Mensaje por Svetlana S. Sivakova Miér Jun 09, 2010 5:15 pm

Sólo la melodía de la brisa que hacía bailar las hojas de los árboles cercanos alteraba el casi total silencio nocturno. La luna casi llena que rasgaba la oscuridad de la noche no era más que un aliciente para que Svetlana se encontrara de un excelente humor. La joven salió de su mausoleo en cuanto el sol dejó de iluminar el cielo, tarareando una antigua cancioncilla cuya letra ni siquiera comprendía. El cementerio estaba tan tranquilo como siempre, y eso a la joven no dejaba de aburrirla. No le gustaba estar allí sola, y no tenía nada que ver con el miedo. ¿Miedo? Oh, no. Ella no temía a nada. Ella era especial. Era el resto del mundo el que debía temerla a ella, una hija de la noche. Descendiente de los demonios. Por mucho que no la creyeran. Por mucho que los humanos no creyeran en Svetlanas.

Tras recorrer dos veces el perímetro del cementerio que se había convertido en su casa, decidió que no iba a desperdiciar lo que quedaba de esa magnífica noche sin hacer nada. Con los pies descalzos y unos jirones que antaño fueron blancos cubriendo su cuerpo, Svetlana cruzó la ciudad hasta llegar a las afueras. Pronto sería luna llena y necesitaría hacer un ritual, pero mientras tanto podía aprovechar la noche para bañarse en el lago.

Cuando llegó al lugar se deshizo de los harapos ensangrentados que formaban su ropa antes de entrar en el agua helada. El agua de Rusia no era para nada cálida, pero ella disfrutaba del frío. La revitalizaba, activaba su cuerpo. El frío era vida para la bruja. Se sumergió por completo en el agua durante unos segundos antes de volver a salir a la superficie completamente empapada. Dejó que sus párpados cayeran sobre sus ojos para dejar de ver a su alrededor, y simplemente se detuvo así. En el centro del lago, con los ojos cerrados. En completo silencio. Tranquilidad.
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Mensaje por Mijaíl S. Pávlov Miér Jun 09, 2010 5:55 pm

Pocas veces Mijaíl se encontraba despierto a las cinco de la mañana. Mejor dicho, muy pocas veces se encontraba despierto a aquellas horas para poder aprovechar el día al completo.
El ladronzuelo ruso, consciente de lo que iba a hacer para poder llevarse algo a la boca, se encontraba atravesando las anchas, largas y, en aquellos momentos, silenciosas calles de Moscú con el objetivo de desviarse hacia el camino que dirigía hacia el lago. Aquel que nadie deseaba pisar en aquellas horas de plena y absoluta oscuridad.

El frío estaba presente en todo el ambiente. Y era por ello que el muchacho portaba consigo ropajes que conseguían aislarle de tal aire ártico. Prendas sin ningún tipo de valor ni calidad, robadas o simplemente regaladas por prometidas o casadas con las que se acostaba. En definitiva; podría decirse que todo lo que llevaba consigo, excepto la caña de pescar que había ganado en una torpe apuesta, había pertenecido en un tiempo pasado a otras personas. Aún así, aún sin pertenecerle directamente, trataba aquellos obsequios como si hubiesen caído del propio cielo. ¿Cómo decirlo?, aquel par de trapos y otros pocos más eran los únicos que le permitían no morirse de neumonía o algo por el estilo.

Desde su entrada hacia el lago, Mijaíl se había dedicado simplemente a preparar su caña para tenerla ya en disposición de tiro. En ésta, había colocado un par de restos de pescado. Para ser más puntuales, procedentes de los pececillos que había cenado en la noche. Por otro lado, en una bolsa un poco más pequeña, mantenía vigilados un trozo de pan y queso. Éstos, se los había ofrecido uno de los taberneros con los que mantenía mucha relación y, claramente, no les había hecho asco. A decir verdad, no estaba en situación como para hacerle ascos a nada.

Pasaron varios minutos, llegando casi a la media hora desde su salida de la ciudad hasta el lago. No era de extrañar que hubiese llegado tan rápido a pie, pues la agilidad que había conseguido al verse siempre perseguido, había tomado un giro diferente y ahora le servía como si fuese un arma. Posiblemente el mejor arma de escape que poseía.
Finalmente, Mijaíl se detuvo en cuanto observó como el brillo procedente de la luna reflejaba en el agua cristalina procedente del lago. Éste, parecía verse sumido en un completo aura de magia y fantasia; y, por si fuera poco, en el interior de él, como si de un ser místico se tratase, la figura de una mujer se alzaba haciendo que el joven ladronzuelo no pudiese evitar admirar tal belleza.
En tales ocasiones, Mijaíl hubiese pensado que aquello tan solo se basaba en un sueño. Su subconsciente le estaba jugando una mala pasada y le torturaba con tal imagen bella y erótica a su vez. Sin embargo, aquello era real. Y se pudo dar cuenta de ello cuando al acercarse, pudo reconocer a la mujer que se encontraba introducida en el agua y, a ambos lados del borde, observar unas ropas ensangrentadas que conocía bastante bien.
Exactamente, se trataba de Svetlana; una joven mujer que, desde un principio, había agradado al ladrón de Mijaíl. Muchas personas en la ciudad la tomaban por loca e incluso ella misma se definía como una hija del demonio. Sin embargo, para Mijaíl, tan solo se trataba de una jovencita a la cual cuidar y ofrecer su amistad. Después de todo, Svetlana le resultaba interesante y su compañía realmente cómoda. Atrayente podía ser la palabra concreta.

La joven que decía ser hija de Satán se encontraba desnuda, quizás con poca ropa pues Mijaíl no la visualizaba tan bien del todo. Más bien porque se había medio girado, de manera que podía mirarla de reojo, más bien espiarla, pero sin llegar a parecer un maleducado. No con ella.

- ¿Por aquí otra vez, dulzura? -preguntó el hombre en alto, dejando escapar una sonrisa un tanto burlesca y cargada de incitación. La verdad era que esperaba que la muchacha hubiese sentido su presencia; que de seguro había sentido mucho antes que él la de ella.
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Mensaje por Svetlana S. Sivakova Miér Jun 09, 2010 6:18 pm

Ni siquiera los peces que debían poblar el lago osaban moverse en esos momentos. Tal vez fuese el frío, tal vez fuese la noche. O, dado que para un pez eso no debía tener una excesiva importancia, Svetlana prefería creer que se debía a su presencia. ¿Egocentrismo? Para nada. Simplemente comprendía que aquellos seres de colores metálicos prefirieran no interferir su baño nocturno. No le importaría para nada descuartizar unos cuantos de ellos para que le sirvieran de alimento, y puede que fueran conscientes de eso. Nunca se había interesado por la inteligencia de los peces.

El agua cercana a su cuerpo había comenzado a calentarse debido a su temperatura corporal, y completamente inmóvil ya ni siquiera sentía frío. La brisa nocturna se peleaba con el agua en una lucha que solo conseguía formar ligeras ondas en la superficie del lago, y mientras tanto, nada más. Silencio.

Un silencio que se vio roto por el murmullo constante de unas pisadas que se acercaban al lugar. Ninguna reacción visible se produjo en Svetlana, cuyos ojos permanecieron cerrados mientras el desconocido se acercaba. No le importaba que nadie la viera así. No temía el daño que cualquiera pudiera causarle en esas circunstancias. Tal vez sólo le incomodaba el hecho de que alterasen su casi perfecta paz.

Cuando los pasos se detuvieron cerca de lo que debía ser la orilla del lago, Svetlana entreabrió los ojos apenas unos milímetros de manera que quien estuviese por allí ni siquiera se percatara de ello. Su rostro se mantuvo igual de impasible mientras reconocía al joven que había perturbado su paz. Mijail. Al menos era él, y no cualquier otra persona. La compañía de ese joven siempre agradaba a Svetlana. Un tipo curioso, atrayente, especial. Observó como se giraba de manera que no la observara directamente, y no pudo contener la sonrisa torcida que curvó sus labios, por primera vez en semanas limpios de sangre por la mágica acción del agua.

- La respuesta es bastante obvia - su voz se alzó dulce y musical, casi en un ronroneo, al tiempo que abría los ojos por completo. Por lo demás, siguió sin moverse. Se quedó allí en medio del lago, con el límite del agua acariciando su vientre, sin importarle en absoluto el hecho de estar desnuda. Ella no era como todas esas señoritas que vivían tapadas hasta los tobillos, dependiendo del color de moda del momento. Para Svetlana la ropa era algo que servía para aislarse del frío, y ahora quería disfrutar de él sin barreras. Aunque después enfermara de nuevo, como pasaba en más de una ocasión - ¿Ahora tú tampoco eres capaz de mirarme a la cara cuando hablo? - un cierto matiz desagradable alteró la voz de Svetlana. No le gustaba que le dieran la espalda. Su humor era cambiante, y aunque esa noche no estaba para nada enfadada, podía cambiar en segundos.
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Mensaje por Mijaíl S. Pávlov Miér Jun 09, 2010 6:45 pm

Los cambios de humor de Svetlana lograban aturdir la mente simple de Mijaíl. El hombre que, aunque no lo pareciese, mantenía su mente en perfecto órden -con todo muy bien calculado y preciso-, no podía entender como la muchacha podía llegar a cambiar de parecer tantas veces al día. Aunque, más que llegar a cambiar de parecer, mejor decir que cambiaba inconscientemente de personalidad. O al menos eso veía y analizaba él desde su interior.
Svetlana era extraña, ¿para qué negarlo?, pero no por ello la veía como un monstruo. El hecho de que la muchacha se comportase de tal manera tenía que estar ligado a algo ocurrido en su vida, quizás a su pasado; ¿Verdad?, Svetlana no podía encontrarse en aquel estado porque sí. Mijaíl no creía que la joven hubiese sido así desde que nació. Algo le tenía que haber sucedido. Evidentemente algo muy doloroso como para llegar a tener tal trauma psicológico; ¿o quizás estaba confundido?, de igual modo, no tenía pensado averiguarlo. Svetlana parecía ser feliz y eso le bastaba para no mover un ápice en revolver su pasado. Un pasado que, realmente, desconocía.

La voz de Svetlana, en un principio de la conversación, había sonado suave e incluso dulce. Algo que gratamente solía escuchar muy a menudo provenir de ella. Sin embargo, quizás por el comportamiento que éste había optado al intentar no incomodarla con su grosera mirada, el temperamento de la joven salió a relucir de nuevo. Ante ello, ningún signo de temor apareció en el rostro del hombre, más bien una mueca cargada de diversión. Sí, exacto, diversión. No porque se estuviese riendo de la manera en la que se había puesto la joven, si no más bien por las últimas palabras que la chica había soltado por su boquita. Palabras que, con aquel tono que había utilizado, hubiesen hecho que muchas personas hubiesen salido huyendo despavoridos; como cobardes.

- ¿Tanto deseas que pose mis ojos en ti? -preguntó Mijaíl esta vez. Su voz sonaba firme, latente y con un pequeño tono pícaro que posiblemente Svetlana entendería. Su cuerpo no esperó más y se giró hacia ella para poder encontrársela frente a frente. En aquellos momentos, y para desgracia de Mijaíl, Svetlana había conseguido ponerle en una situación un tanto comprometida. ¿Ver desnuda a una mujer así porque sí?; no, eso no entraba en sus planes cuando había decidido salir de pesca. Él esperaba otra clase de pesca y no aquello. Aunque quizás estaba exagerando.

Como hombre y como animal, en parte, que era; los ojos del joven ladrón fueron directos a los pechos de la muchacha para, seguidamente, acabar deteniéndose en el pálido y agraciado rostro de ésta. Sin duda alguna, era difícil concentrarse en observar otra parte de su cuerpo que no fuese el ya visto anteriormente.
- ¿No crees que hace mucho frío para estar así?, anda, sal del agua -le pidió delicadamente mientras sus palabras eran acompañadas con una pequeña y cálida sonrisa. La verdad era que deseaba que la chica saliese, pues corría el riesgo de pillar la muerte encontrándose de aquella manera. Sin embargo, tampoco quería hacerla enfadar por un simple capricho de él. Después de todo, si ella deseaba estar en el agua, ¿por qué no iba a dejarla?
- No querrás que vaya a por ti, ¿no? -se burló seguidamente antes de carcajearse, divertido.
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Mensaje por Svetlana S. Sivakova Miér Jun 09, 2010 7:20 pm

Svetlana no estaba enfadada con él. Tal vez molesta, pero para nada enfadada. No era una persona a quien le gustase estar de mal humor a pesar de su particularidad, pero la mayor parte de las personas prefería adjudicarle esa característica. Era mucho más fácil odiar y temer a alguien desagradable sin tan siquiera esforzarse en conocerlo. Pero Mijalíl no era así. Él simplemente compuso una mueca divertida al escucharla. Era éso lo que le gustaba de él. Era esa carencia de miedo lo que todavía lo mantenía con vida. Desde el punto de vista de Lana, había pocas personas en el mundo que, como él, pudieran entretenerla sin que la sangre brotara de su cuerpo. Sería un completo desperdicio asustar demasiado a ese joven, arriesgándose a que no volviera a verla nunca más. La soledad podía ser buena, pero la monotonía no. Y la vida sin compañía era, sobre todo, monótona.

Ante la pregunta del joven, Svetlana tuvo que contener la sonrisa que pugnaba por volver a curvar los labios. No eran sus palabras, sino su tono, lo que la hacían sonreir - Por supuesto Mijaíl. Prefiero deleitarme con la visión de tu rostro. Tu espalda no deja de ser... aburrida - los labios de la joven volvieron a rendirse, curvándose en algo parecido a una sonrisa ante sus propias palabras. Soportó sin ningún tipo de vergüenza el rápido examen al que se vió sometida por parte de él, todavía sin moverse ni lo más mínimo. No había caído en la cuenta hasta el momento del efecto que debía tener sobre un hombre el verla en semejante grado de desnudez, pero ahora que se había percatado de ello, la situación adquiría un matiz diferente. A Svetlana le gustaba provocar de vez en cuando a la gente con la que conversaba. Le encantaba darse cuenta de que, aunque muchos la considerasen un monstruo, en el fondo podía resultar sumamente atrayente si lo deseaba.

Esperó con total tranquilidad a que Mijaíl estabilizara la mirada en su rostro, momento que eligió para huir de su mirada sumergiéndose de nuevo en el agua. Nadó bajo la superficie para acercarse a la orilla sobre la que él se encontraba. El lago formaba un borde en forma de escalón, sobre el que Svetlana apoyó sus brazos, extendiéndolos sobre la tierra como si quisiera llegar a coger a su amigo - El frío no es malo, si disfrutas con él - no le molestó que le pidiera salir del lago, sino más bien lo contrario. Denotaba una cierta preocupación por ella, y eso no era algo que la joven viese todos los días - Puedes venir a por mi, pero algo me dice que a tí no te gusta tanto el frío - Svetlana dejó que su cuerpo flotara cerca de la superficie del agua, casi tumbada boca abajo sobre ésta. Sus brazos seguían sobre la tierra, y sus ojos posados en Mijaíl. Era una buena noche. La presencia el joven no la molestaba.
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Mensaje por Mijaíl S. Pávlov Miér Jun 09, 2010 8:26 pm

Y Svetlana acertaba de nuevo. Mijaíl repudiaba, asqueaba y odiaba el frío. Quizás esa manía tanto tonta que le tenía se debía al hecho de encontrarse cada segundo, cada minuto, cada hora e instante sobreviviendo a las calles de Moscú, donde aquel estado de congelación se encontraba por todas partes. No había superficie en toda la ciudad, que no estuviese resguardada claro está, que no se viese invadida por el frío.
Posiblemente para una persona normal, de a pie mismamente, y que poseyese un pequeño comercio con el cual comprarse el pan de cada día y mantenerse caliente en su casa, el frío no era considerado un enemigo común; un enemigo natural. Sin embargo, para Mijaíl, era el peor de todos.
El joven ladrón no temía a nada. No le daban miedo las ya tan conocidas historias referidas a hombres lobo o a vampiros sanguinarios. Ni tampoco temía que éstos se pudiesen pasear tranquilamente por la ciudad, luciendo sus cuerpos "humanos" como si de joyas se tratasen, y esperando en cualquier rinconcito de ésta para devorar a su presa. Nada de eso. Mijaíl temía al hambre, a la soledad. Temía morir acuchillado, por ejemplo, en algún fuerte enfrentamiento y que nadie se encontrase a su lado para decirle, por lo menos, un adiós. Exacto, a eso le tenía miedo el joven ladronzuelo. A la normalidad; sí, posiblemente podría definirse así. Miedo a lo que sabía que podía pasarle, no a historietas contadas por un borracho y escuchadas por un idiota.

La voz de Svetlana le sacó de su pequeño trance. El dulce sonido procedente de su amiga, terminó por hacer recaer su mirada en la chica. Al parecer, ésta se había acercado más a él y éste ni se había enterado de ello. No obstante, aún con la sonrisa que tanto le caracterizaba en su rostro -una sonrisa suave, sin ser forzada, y asquerosamente empalagosa podría decirse-, se acercó al borde del lago. Una vez se hubo encontrado justo en frente del agua, de manera que podía observar su reflejo, Mijaíl se inclinó hasta quedar totalmente acuclillado. Seguidamente, estiró una mano para posarla encima de la cabeza de la chica; más concretamente para acariciarle con suavidad el pelo.
Mijaíl no temía que ésta reaccionase infantilmente y decidiese tirarle al agua, algo que realmente podría esperar de la muchacha, pues se encontraba bien abrigado y esperaba salir a tiempo de ella antes de que se viese totalmente engullido por el hielo que podría presentar.

- Te cazé -contestó el chico, esta vez sin dejar ver en su rostro ningún signo de diversión -más bien porque se estaba aguantando la risa como podía-.
- ¿Ves?, y sin meterme en el agua; ¿no te he sorprendido, Lana? -preguntó seguidamente antes de bajar su mano de su pelo hacia su nariz para golpeársela suavemente, sin hacerle daño y esta vez con la sonrisa en rostro.
- A veces pienso que podría ganarme la vida como mago, un mago de pacotilla, pero un mago al fin y al cabo -bromeó, riéndose de su propia mala broma.
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Mensaje por Svetlana S. Sivakova Miér Jun 09, 2010 9:11 pm

La joven observó cómo Mijaíl se acercaba hasta quedar frente a ella, agachándose luego para quedar todavía más cerca. Le sorprendió que se acercase tanto al lago, a sabiendas de que no le gustaba el frío. A pesar de ello, no pensaba tirarlo dentro. Al menos no de momento. El chico le gustaba demasiado como para hacer eso, y no le habría gustado alterar la paz de esa noche con una pelea. Cuando Svetlana decidía relajarse, había pocas cosas lo suficientemente graves como para que se dignara a altearar el equilibrio del momento.

En lugar de ello dejó que el joven posara la mano sobre sus cabellos mojados, acariciándola con suavidad. No solía gustarle el contacto físico con los demás, pero en ese momento no le importaba. Estaba relajada, calmada, feliz. Un ronroneo dulce hizo vibrar su pecho como respuesta a la acción del joven, dándole a entender que no le molestaba. A veces Svetlana era simplemente como un cachorro. Mordía si se le ponía nerviosa, pero podía ser adorable si le trataba con cariño.
- Sabes que puedo meterte en el agua si quiero, ¿verdad? - introdujo una mano en las aguas gélidas del lago para sacarla mojada de nuevo, alzándola hasta llegar al rostro del joven, una de las pocas partes descubiertas de su cuerpo. Acarició su piel con los dedos, dejando un reguero de agua sobre ella para hacerle notar el frío que podía llegar a sentir si eso sucedía. No era una amenaza, sino más bien un juego. A Lana le gustaba sentir que podía tener algo de poder sobre los demás, pero no borró la sonrisa que iluminaba su rostro.

La joven arrugó la nariz cuando Mijaíl le dió un golpecito, y en un movimiento rápido alzó la cabeza para capturar su dedo entre los dientes. A veces no podía reprimir impulsos como ése, ni siquiera con las personas como él. Cerró los labios en torno a la piel de Mijaíl, pero no hizo demasiada presión con los incisivos. Ni siquiera le debía de haber hecho daño. Fijó la mirada en los ojos de él durante unos instantes, antes de entreabir sus labios para liberarlo de nuevo, componiendo otra sonrisa torcida - Siempre puedes ganarte la vida como eso. Yo podría ser tu ayudante - un brillo divertido hizo aparición en sus ojos durante unos instantes al imaginarse la idea - por cierto, sabes bien - Svetlana deslizó su lengua por el labio inferior, en un gesto que no pretendía ser amenazador. No pensaba hacerle daño, pero no le importaría volver a deleitarse con el sabor de su piel. Ella era así, con cualquiera.
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Mensaje por Mijaíl S. Pávlov Jue Jun 10, 2010 4:25 pm

¿Svetlana intentaba amenazarle?; ¿verdaderamente lo intentaba?, porque si fuese así, la muchacha había conseguido atemorizarle. Otra vez.
La tensión en la que se encontraba Mijaíl era un un tipo de tensión incómoda, poco delicada podía decirse. Una de aquellas tensiones acompañadas de pronunciados nervios que se dejaban ver en las muecas de su rostro. ¿Para qué mentirnos?, las palabras de Svetlana le habían acojonado. Y mucho.

Ante tal contestación por parte de la chica, el ladrón se mantuvo callado; dejándose hacer.
La mano de ella comenzó a acercarse a la piel del chico, justamente en su mejilla. Al llegar, los suaves y finos dedos de la muchacha, por no decir esqueléticos, comenzaron a acariciar la zona elegida, humedeciéndola con el terrible agua fría procedente del lago. Estremecía.

Aquello no iba bien. Sobretodo ante la conducta que estaba tomando su amiga; su extraña y dulce compañera.
Sabía a la perfección que Svetlana no era lo que podía denominarse como "común", y también sabía que aquel tipo de gestos en ella eran de lo más normales. Sin embargo, él nunca llegaría a entenderlos. Le gustaban, no podía dudarlo, pero salían fuera de lo normal. ¿Con esto qué quiero decir?, pretendo explicar que las mujeres de aquella época, a excepción de su amiga, jamás tocarían a un hombre de tal manera sin el consentimiento de éste.

Mijaíl aún seguía en un estado de "shock", observando fijamente los ojos de la muchacha con los suyos mientras que por su mente pasaban mil y una maneras de cómo morir congelado.
Sí, en efecto; Mijaíl podía llegar a ser un tipo insistente. Podía llegar a ser una persona que se pasase día y noche pensando en una misma idea. Su mente estaba capacitada para resistirlo. Y quizás fue eso, esa manera que tenía de aislarse de todo a su alrededor, lo que consiguió que el chico no se sorprendiese ante el pequeño mordisco que le había propinado su amiga. Un mordisco suave y de poco calibre que no le había llegado a hacer daño. Mucho menos herida.

La chica habló de nuevo y Mijaíl finalmente salió de su trance, haciendo que sus ojos "idos" volviesen a colocarse en el rostro de la chica antes de fijarse en sus propio dedo. Éste lo sentía húmedo, mojado; pero no le dió demasiada importancia.
Sin más y debido a lo perdido que estaba en su propia conversación con Svetlana, dejó escapar una suave sonrisa. Un tanto forzada, para qué nos íbamos a engañar.
Las palabras de Svetlana sobre aquel asuntillo del agua le habían dejado realmente tocado.

Sin más, y tras quedarse pensativo ante las dos últimas palabras de la muchacha: "sabes bien", Mijaíl se fue levantando del suelo hasta quedar totalmente erguido. Ésto hizo que la distancia entre los dos jóvenes se alejase y, por lo tanto, que Svetlana se viese más pequeña de lo normal.

- ¿Saber bien...? -susurró por lo bajo, en unos murmullos practicamente inaudibles, antes de revolverse el pelo. Signo de confusión.
- ¡Argh!, ya veo que no me vas a hacer caso y vas a permanecer ahí sumergida. Bien, no importa. Cuando cojas una pulmonía no me eches en cara que no te lo dije -dejó escapar, con total tranquilidad y sin enfadarse si quiera, mientras agarraba su equipo de pesca y empezaba recolocar la caña para poder echarla al agua.

En verdad, le molestaba que su amiga no le hiciese caso; sin embargo, tampoco podía hacer nada en especial. ¿Sacarla del agua a la fuerza?, ni en broma. No deseaba ser él quien tuviese que luchar contra el frío hielo del lago. No estaba dispuesto.
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Mensaje por Svetlana S. Sivakova Jue Jun 10, 2010 5:00 pm

Ante la evidente tensión que su juguetona amenaza había provocado en Mijaíl, Svetlana no pudo más que reirse. Una risa que se reducía simplemente a eso, a dejar que el aire se abriera paso entre sus congelados pulmones para salir en forma de carcajadas espontáneas. No se reía de Mijaíl, sino de su estupidez. ¿En serio pensaba que lo iba a tirar al lago? A cualquier desconocido no lo habría dudado un instante, pero parecía mentira que él no supiera que no se comportaba tan mal con las personas que consideraba sus amigos.

- Tranquilo... era una broma - añadió con lentitud para intentar calmarlo, antes de soltar un pequeño suspiro de resignación. A veces no le gustaba que la gente la tuviese por una perturbada, por el simple motivo de que se tomaban en serio todas las bromas que hacía. Sabía que se lo había buscado, pero creía que la gente que decía conocerla era capaz de discernir cuándo estaba hablando en serio y cuándo no. Por lo visto se equivocaba.

Apartó la mano de la mejilla del joven ante las más que evidente incomodidad de
este, y se la llevó al cabello para recogerlo en una espiral sobre su hombro derecho. La normalmente lisa frente de Lana se arrugó en una mueca sin poder evitarlo. Para ella, tocar a las personas era algo completamente natural. Y aunque sabía que para el resto del mundo no, no dejaba de hacerlo. Le gustaba sentir el calor de la piel, el tacto de las personas. Le encantaba poder recorrer con sus dedos todo aquello que le apeteciera. Estaba acostumbrada a la incomodidad y el asombro que solía provocar en los demás, pero era algo que no podía evitar.

Los ojos de ella no se separaron de los de Mijaíl mientras éste se ponía en pie, aunque habló en un susurro difícilmente audible, no le costó entender su confusión - Tranquilo, no voy a morderte. Hoy me apetece más un rubio - su sonrisa se torció en una mueca durante unos intantes, antes de volverse completamente dulce de nuevo. No hablaba demasiado en serio cuando decía lo de comerse a un rubio. Pero tampoco hablaba en serio cuando decía que quería morderle. Le habría encantado hacerlo. Le habría encantado volver a pasar los labios por su piel. Pero no iba a hacerlo, al fin y al cabo, Mijaíl era su amigo.

Ninguno de los pensamientos que cruzaban la mente de Svetlana se vieron reflejados en su expresión cuando, apoyándose en el bordillo del lago, salió de éste con un ágil salto. Tras posar una rodilla en la tierra, se irguió por completo frente a su amigo, chorreando agua por los cuatro costados. El aire gélido del lugar mordió su piel al instante, haciendo que un escalofrío recorriese su espalda. Hacía más frío allí fuera ahora que estaba mojada, pero su rostro no denotaba ningún tipo de problema por ello - ¿Contento? - le preguntó al joven, inclinando la cabeza ligremente hacia la derecha, con una sonrisa divertida en los labios.
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