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La Noche Sin Fin

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Mensaje por Melanie E. Smirnovâ Lun Jun 07, 2010 9:23 pm

Rondarían las tres de la mañana, seguramente. Los últimos borrachos dormían la mona sobre la húmeda y pegajosa barra de la taberna, y el pequeño local era a duras penas iluminado por una docena de quinqués repartidos por el lugar. El suave chirriar de las puertas, cuyas bisagras viejas y pendientes de aceitar, tintineaban y ahogaban los ronquidos y leves murmullos de los anteriormente mencionados clientes.

Yo frotaba un viejo trapo contra una jarra de arcilla que recién había fregado, mientras que resoplaba levemente para apartarme unos rebeldes mechones que caían despreocupados sobre mi rostro, molestandome.
Me sentía verdaderamente cansada aquella noche. Deseaba poder cerrar pronto a partir de aquel momento, meterme en la cama junto a Claus, que ya dormía desde hacía horas, y descansar unas pocas horas. Seguramente el sol no tardaría mucho en salir, y tendría que volver a levantarme en breves, por lo que mis ganas de acostarme incrementaron.

-Am...Disculpen, caballeros -alcé la voz dubitativa, dejando la jarra sobre la barra y limpiándome las manos con el mismo trapo que había utilizado anteriormente.-Es hora de cerrar.

Algunos gruñieron, otros ni siquiera se movieron, pero nadie abandono el local. Se ve que no tenía mucho poder de convicción. Pero no me resigné, y volví a intentarlo una vez más. Y otra. Y otra... Y una última vez.

-¡Caballeros, buenas noches! -grité a pleno pulmón y muy seriamente.

El local quedó en silencio sepulcral por unos segundos, y varias lamparitas se apagaron a causa del torrente de voz que produjo mi garganta. No pasó mucho tiempo tras el grito, cuando todos los hombre, dando tumbos algunos, salieron del local, dandome paso para cerrar por fin.

Suspiré aliviada y cerré la puerta con la llave de color cobre, la que servía para bloquear la puerta completamente. Después, me quité el ajado delantal y me solté el claro cabello, dejándolo suelto y ligeramente revuelto.

Apagaba el último quinqué cuando llamaron a la puerta. No podía creerlo.
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Mensaje por Mijaíl S. Pávlov Lun Jun 07, 2010 10:45 pm

De taberna en taberna y de partida en partida, pasaba las horas el ya conocido pícaro Mijaíl. No había nadie, posiblemente, que no supiese de la existencia de este joven muchacho adicto a las apuestas; sobretodo en los barrios más pobres de la ciudad de Moscú.
Mijaíl, que tendía simplemente a incitar a hombres de mayor edad que él y cargados de buenas bolsas de dinero a echar una partida de cartas, salía de una de las tabernas con el rabo entre las piernas. Y nunca mejor dicho.
El ladronzuelo ruso, confiado de su capacidad para ganar aquellas partidas sin demasiada dificultad, había caído en la trampa de un viejo lobo más rápido y listo que él. En definitiva; aquella noche, Mijaíl, había perdido todo el dinero que había ganado en el día. ¿Y qué hacía ahora?, ahora se dirigía hacia el local donde trabaja su mejor amiga buscando cobijo y que alguien "lamiese" sus heridas. Sí, como leeis; el pobrezuelo necesitaba que alguien le soltase palabras de ánimo y que le diesen gratis una buena jarra de vino.

Había recorrido la mitad de las calles de Moscú, evitando enfrentamientos o charlas con cualquier conocido que viese pasar a su vera, cuando a pocos metros de llegar a la taberna correspondiente, la de su querida Melanie, pudo observar como las luces interiores de ésta se iban apagando una a una. Ante tal situación, Mijaíl no pudo evitar y aceleró el paso, por no decir que se puso a correr en medio de la calle, para poder llegar a tiempo antes de que cerrase por completo el único lugar en el que sabía que iba a ser aceptado. O eso suponía. Melanie no le iba a dejar fuera cual perro herido, ¿no?.

No pasaron ni siquiera diez segundos y Mijaíl ya se encontraba con una mano posada en la puerta de la taberna, impidiendo que ésta fuese cerrada por fuera; como era evidente.
Seguidamente, el joven empezó a empujarla para acceder al interior. De reojo, fue observando que no había nadie, ni un borracho, ni juerguistas, ni siquiera parejas allí dentro.
¿Se suponía que era la hora de cerrar?... aunque, espera, ¿qué hora era?, ¡ni el mismo lo sabía!; si es que cuando jugaba, perdía la noción del tiempo. Aquello era malo, muy malo. Y temía que Melanie se enfadase por ello.

- ¿Buenas noches?, ¿Melanie? -preguntó el muchacho en un tono suave pero cargado de intensidad, haciendo que el local retumbase con su voz. Esperaba no interrumpir nada.
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Mensaje por Melanie E. Smirnovâ Mar Jun 08, 2010 6:07 pm

Me sentía cansada, exhausta. No podía creer que aun no pudiese meterme en la cama, y si no lo hacía pronto no podría descansar ni un ápice. Entonces, el día de mañana sería aun peor, y el agotamiento terminaría por acabar conmigo. Además, aparte de la taberna, tenía mis propios asuntos, no podía permitirme el lujo de estar tantas horas despierta. Enfermaría, y...

Una silueta entre entró en el local, tranquilizándome un poco. Su voz terminó por calmarme del todo, haciendo que soltase un suspiró tembloroso; una ligera risa se había colado entre la exhalación. Lo que vino después fue un alto reflejo. No pude controlarlo. Simplemente no lo esperaba en ese momento, y fue por eso por lo que me abalancé sobre él. Su visita lo cambiaba todo.

-Mijaíl -pronuncié su nombre contenta. Lo cierto era que hacía semanas que no lo veía.-Te he echado de menos, ladronzuelo.-continué, separándome unos centímetros de él, dejándole respirar. A veces podía resultar demasiado expresiva si me empeñaba.
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Mensaje por Mijaíl S. Pávlov Mar Jun 08, 2010 6:27 pm

¿Qué era lo que se esperaba Mijaíl?; sinceramente, esperaba de todo menos palabras de adoración por parte de su mejor amiga. Era más, para ser exactos, lo que realmente se esperaba era una completa y salvaje bronca por parte de la muchacha rubia. Ya sabéis; una de esas tantas charlas que echan las mujeres para poder dar a entender quién toma el timón de la situación.
Era por ello que el muchacho, en un principio, entraba al interior del local con cierta angustia. Con sus manos forzando un ligero levantamiento y preparadas para poder agarrar los brazos de la chica si a ésta le daba por golpearle. No sé, quizás le daba por pensar que Mijaíl era un ladrón o algo por el estilo... ¡Ja!, ¡qué sarcasmo!

Mijaíl esperaba, encogido, a que la muchacha rubia comenzase a soltarle todo tipo de maldiciones por la boca -algo que no le importaba en absoluto pues él estaba acostumbrado a soltarlas sin más-; sin embargo, la sorpresa que recibió fue distinta. La joven rubia, Melanie, se lanzó a sus brazos y se aferró a su cuerpo de manera que los dos quedaron abrazados.
Los ojos del ladrón ruso se abrieron de par en par y sus manos, que aún no se habían posado en las espaldas de la chica, decidieron colocarse en su cintura; sin moverse de allí pues no deseaba salir del local con la marca de la mano de su amiga en el rostro.

Al parecer, y por la manera en la que la chica le había recibido, ésta le había echado de menos. Y era normal que lo hubiese hecho. Habían pasado varias semanas en las que Mijaíl se había visto envuelto en varios asuntos relacionados con apuestas y demás chanchullos; en definitiva, que se había metido en problemas y había tenido que alejarse de la ciudad durante un par de días para poder seguir con vida.
En verdad, el muchacho ruso también había echado de menos a la rubia, pero al contrario que ésta, no lo dejaba notar ni en sus expresiones ni en su tono de voz, pues estos seguían mostrando los mismos ápices de siempre.

- ¡Ueh, Ueh! -dejó escapar con cierta diversión.
Un simple ruidito que lo decía todo y que intentaba romper el hielo que provocaba el no haberse visto durante más de dos, quizás tres semanas.
- ¿En serio?, ¡qué sorpresa, rubia! -contestó cargado de emoción mientras dejaba entrever una media sonrisa burlesca.
- Si me has echado de menos significa que no me vas a echar a patadas del local como haces con los demás clientes, ¿cierto? -preguntó esta vez mientras en su rostro se iba formando una pequeña mueca de súplica.
Ésta técnica la utilizaba muy a menudo, pues podía decirse, que era la única expresión que lograba salvarle de las mujeres. Exactamente, solo con ellas. Ya había probado con algún hombre y, ciertamente, no acabó de muy buenas maneras.
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